miércoles, 27 de mayo de 2009

¿Qué es para ti la Revolución? Los jóvenes cubanos opinan


¿Qué es para ti la Revolución? Los jóvenes cubanos opinan

Por Hiram Hernández Castro


Un simposio con:

Yoaris Borges Alarcón
Estudiante. Escuela superior del MININT Eliseo Reyes.
Meysis Carmenati
Periodista. Canal Habana.
Kirenia Criado Pérez
Teóloga. Iglesia Los Amigos Cuáqueros, La Habana.
Nelson Luis
Fernández
Obrero. Empresa de Producción de Productos Varios (PROVARI).
Vilma García Quintana
Técnica veterinaria. Cooperativa “Cuba Socialista”.
Diosnara Ortega González
Socióloga. Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello.
Ernesto Pérez
Estudiante. Instituto Superior de Arte.
Fernando Luis Rojas
Historiador. Vicepresidente de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU).
Inti Santana
Trovador.

La Revolución triunfante el Primero de enero de 1959 tuvo entre sus rasgos más significativos el rostro juvenil de su vanguardia política. Las imágenes de archivo nos devuelven la caravana que, asediada por la euforia popular, irrumpe en la capital. Así, tanto para los cubanos que pueden recordar hasta los olores de aquel evento como para aquellos que lo vieron por primera vez en el blanco y negro de un televisor ruso, se trata siempre del reencuentro con el joven semblante que cumple medio siglo.
Con todo, la Revolución cubana no se identifica solo con aquel gran acontecimiento, sino con su continuidad en el tiempo, su presente y su proyección en el futuro. En virtud de esa visión, los jóvenes actuales emergen como un sujeto ineludible. De ahí que nos resulte familiar el discurso que resalta sus valores, dice confiar en sus capacidades y deposita esperanza y optimismo en su voluntad de perfeccionar el proceso. Sin embargo, no menos conocido es el sentido opuesto, donde los jóvenes actuales, supuestamente carentes de valores morales, cultura política y compromiso, son presentados como desmotivados, frívolos y deseosos de emigrar. Puesto que resulta atinado desconfiar de nociones que tributen a la simplicidad, se impone la constante indagación; aunque, en este caso, la modestia del recurso invertido solo aspire a verificar que los fenómenos sociales son siempre complejos y, dentro de los procesos revolucionarios, especialmente contradictorios.
Temas no solicitó un simposio de expertos, ni un pliego sobre la autoconciencia generacional, ni mucho menos una muestra representativa; faltarían aquí, entre otros, aquellos jóvenes para los cuales estas preguntas carecen de sentido, los que no radican en Cuba y los que sus funciones y responsabilidades los despojan del tiempo para estos menesteres. De lo que se trata es, por tanto, de relacionar un conjunto de voces sustentadas en vivencias semejantes, como es propio de hombres y mujeres que acceden a la vida en fechas aproximadas, pero que se reconocen en percepciones, problemáticas y sensibilidades distinguidas por sus sectores, disímiles en su individualidad, y acopladas por la pluralidad juvenil de sus opiniones.


Hiram Hernández Castro: Se cumplen cincuenta años de aquel Primero de enero de 1959, fecha parteaguas de la historia reciente. Como cualquier joven cubano, el proceso revolucionario ha marcado tu historia y formación personal. ¿Qué es para ti la Revolución?


Diosnara Ortega González: La Revolución no tiene una definición lineal, capaz de encerrarse en una o dos palabras. Muchas veces mis ideas y sentidos al respecto aparecen en permanente conflicto. Cuando responden esa pregunta, las personas suelen enumerar todo aquello que esta nos ha dado. En ese sentido, puedo decir que me dio lo mismo que a todos los jóvenes de mi generación, entre otras tantas: vacunas, maestros, alimentación, profesión, empleo, etc. Sin embargo, enumerar en una lista de lo que «la Revolución nos dio», puede cosificarla y separarla de los hombres y mujeres que para mí son la Revolución.
Sin
negar lo anterior, prefiero decir que ella me ha permitido conocer, desde la vivencia, a veces inconscientemente, la lucha de intereses, las contradicciones políticas y las políticas contradictorias, los retrocesos y los saltos transformadores que solo un proceso revolucionario puede generar en los seres humanos. La Revolución no debe ser definida como algo sagrado o regido por leyes divinas, sino por las sensibles, vulnerables e imperfectas acciones de los hombres y mujeres que la constituyen.


Ernesto Pérez: Cuando pienso en qué es la Revolución cubana recuerdo esta frase: «el mar inmenso». Así la veo, con toda la pasión, la belleza y el misterio que tiene ese verso. Aunque también con todas las contradicciones y el desgarramiento que puede significar ese mar para una pequeña nave a la deriva. En lo personal, la Revolución es el espacio donde se tejen mis esperanzas y también mis temores. Bajo sus signos y su impronta he aprendido a caminar, a amar y a sufrir las injusticias que se cometen, incluso dentro de sí misma. Es ver un paisaje desde una altura donde el cielo no es tan alto ni el horizonte tan distante, pero donde no se puede dar un paso en falso porque se está al borde de un abismo.
La Revolución debe ser la casa donde todos quepamos, y me refiero no solo a los cubanos y cubanas, sino al mundo entero. La Revolución debe ir más allá de sus fronteras geográficas y reconocerse parte de una utopía global. Ella es una conjunción de hechos reales y concretos, pero también es un sueño. Si despertamos un día de ese sueño, temo que la realidad será más terrible de lo que es hoy.


Meysis Carmenati: Nacer en un país en revolución es vivir en una sociedad compleja y contradictoria, donde todo se debe reconstituir en busca de perfeccionamiento. Como proyecto, la Revolución cubana ha marcado mi concepción del mundo, sobre todo, en lo referente a distinguir lo verdaderamente revolucionario de lo que no lo es.
Revolución es el derecho a sentirse dueño del entorno y con capacidad para decidir sobre lo que nos pertenece. Es la valentía de enfrentar lo obcecado. Es auténtica rendición de cuentas. Es expansión de las potencialidades de la individualidad, crecimiento personal en la relación productiva con los otros y el mundo. Es la autonomía para ser y la libertad para conocer. La Revolución deja de ser cuando los medios subestiman las audiencias y reemplazan la realidad por una ficción. Deja de ser cuando no reconoce sus errores e imperfecciones con la misma disposición que se lanza a difundir sus victorias. No es burocracia, no es esquematismo, no es abuso de poder, sino debate, diálogo y convocatoria. Es la transformación necesaria y la mirada que distingue lo participativo de lo conducido. Revolución es pensamiento crítico, respeto a la diferencia, cuestionamiento, pluralidad y polémica. Es la efervescencia de lo fundacional y la sospecha ante todo «lo hecho», es resistencia, pero en constante superación de sí misma.


Nelson Luis Fernández: Nací dentro de la Revolución y todo lo que tengo se lo debo a este proceso. Haber nacido con ella para mí es un orgullo, significa tranquilidad, trabajo, profesión, seguridad y justicia. La Revolución me ha enseñado lo que es justo, porque ella es, sobre todas las cosas, un sistema social más humano. La Revolución cubana, como todo lo que hace el hombre, tiene defectos, pero es más grande que ellos.


Yoaris Borges Alarcón: Para mí la Revolución es sacrificio, firmeza y libertad. Es cumplir con las tareas que se me asignen. Es estar preparada y en el lugar donde la patria necesite de mis esfuerzos.
Nuestro Comandante definió la Revolución de manera muy exacta y con ese concepto yo me identifico plenamente. Creo que la Revolución cubana es, como dice Fidel, «emanciparnos por nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos; es desafiar poderosas fuerzas dominantes dentro y fuera del ámbito social y nacional».
Como joven, yo me siento muy feliz por vivir en una sociedad que me permite disfrutar plenamente de mi juventud y tener la libertad de expresarme y lograr ser la joven que elegí ser.


Fernando Luis Rojas: No se puede desconocer ni la acumulación histórica y cultural que moldeó a los hombres de la Generación del Centenario, ni lo que ellos nos han legado a los más jóvenes. Mas la Revolución cubana no es solo su triunfo, sino su construcción. El proceso revolucionario no puede mirarse como una foto, como a veces ocurre cuando se habla de la vanguardia que «hizo» la Revolución. Está en los grandes cambios ocurridos en Cuba desde la segunda mitad del siglo XX hasta hoy. Esas transformaciones son el lenguaje de la Revolución, y ese lenguaje podrá conservarse en la medida en que se cuide su relación con las aspiraciones del pueblo.
La Revolución ha calado en la conciencia de las personas porque se le reconoce en la solución de los problemas, en la posibilidad de una vida digna y en las oportunidades de realización personal. Por eso, en tiempos duros, tenemos una gran responsabilidad para que no se le pierda confianza y respeto. Si bien en tiempos de revolución en el poder pueden tomarse medidas y tener actitudes que no son necesariamente revolucionarias, no debemos enfocar nuestros problemas como consustanciales al proyecto revolucionario cubano.


Vilma García Quintana: Provengo de una familia muy pobre. Mi bisabuela tuvo que repartir a sus hijos para que fueran criados por otras personas, porque ella no tenía los recursos para alimentarlos. Somos una de esas familias a las cuales la Revolución les dio la oportunidad de avanzar, de estudiar, de tener salud y llegar a tener una vida sin grandes lujos, pero digna en lo esencial. Mi madre, con casi cuarenta años de edad, logró graduarse de licenciada en Educación Primaria y ha sido por muchos años una trabajadora vanguardia. Es por eso que cuando pienso en lo que es la Revolución, a pesar de los errores y los problemas que tenemos, me siento, sobre todo, muy agradecida.


Kirenia Criado Pérez: El proceso revolucionario cubano es la base y formación de nuestra generación. Desde mis experiencias personales y desde mi fe se conforma lo que entiendo al respecto. La Revolución tiene que ser entendida como un cambio radical del orden de las cosas, que afecta todos los ámbitos de las relaciones sociales (económicas, políticas, religiosas…). Aunque generalmente se habla más de los grandes cambios, debemos verla en los espacios más íntimos y personales. La Revolución es un cambio total de mentalidad y de conducta y esto está muy bien expresado en el concepto bíblico de «metanoia», que puede traducirse como «conversión».
Lo que define a una revolución es que no se cierra, porque nunca es total, es un proceso de todos los días y dejaría de ser cuando deje de hacerse.


Inti Santana: La Revolución cubana significó niveles inéditos de independencia nacional, de proliferación cultural y de programas sociales para favorecer, sobre todo, a los sectores más desprotegidos. Con su desarrollo, hasta la difícil década de los 90, se potenció un ser humano más noble, solidario y comprometido con su sociedad. De hecho, una formación cultural en esos valores nos permitió resistir la crisis de esos años.
No obstante, a pesar de su grandeza, la Revolución de 1959 es solo un peldaño en nuestra historia de lucha por la liberación. En realidad, no hemos llegado a ninguna meta, sino que es un paso para acceder a niveles más altos de justicia social, libertad ciudadana y participación democrática. La Revolución debe definirse como un proceso complejo donde la obtención y defensa de una determinada conquista no puede significar un pretexto para detenerse, sino una forma de allanar el camino hacia la emancipación humana.


Hiram Hernández Castro: Además del criterio cronológico, a los jóvenes los relaciona un conjunto de experiencias históricas y vivencias comunes que modelan su conciencia generacional. Se dice que los jóvenes actuales carecen de los valores de disciplina, abnegación, estoicismo y sacrificio personal que caracterizó a los de los 60 y los 70. ¿Es así? ¿En qué medida crees que la juventud cubana actual se distingue de las generaciones precedentes por su actitud, valoración y definición propia de la Revolución? ¿Qué significa para ti ser joven revolucionario(a) hoy?


Diosnara Ortega González: Cuando reflexiono en torno a este conflicto intergeneracional y sus consecuencias para la Revolución, o cuando pienso sobre mi rol como joven revolucionaria, recuerdo unos versos de Bertolt Brecht: «los esfuerzos de la montaña quedan tras nosotros, ante nosotros están los esfuerzos del llano». Si los jóvenes actuales no se sienten identificados con algunas de sus organizaciones, no significa, necesariamente, que sus valores hayan degenerado hacia menos disciplina, conciencia y compromiso con el proyecto socialista. Expresa que somos diferentes y respondemos a las necesidades propias de otro momento histórico.
Los hombres y mujeres que participaron en las primeras etapas de la Revolución formaron las organizaciones que hasta hoy nos incluyen. Estas respondían a una mayoritaria conciencia sobre qué proyecto no construir, y después, poco a poco, sobre cuál construir. La unidad entre las diferencias era la expresión necesaria de aquella incipiente Revolución, que no es la misma que hoy construimos; decir lo contrario sería negar las distintas realidades históricas e ignorar la experiencia acumulada y la madurez del proceso. Las expectativas, proyectos y el conjunto de las acciones sociales no pueden permanecer como invariantes. Sin embargo, es necesario que los jóvenes conozcamos la memoria histórica, ella es un arma fundamental en toda revolución, pero hay que enseñarla de forma viva, no momificada o como leyenda de dioses, como a veces se presenta en los libros de textos. Esta es una de las razones por la cual los jóvenes rechazan «la muela histórica». Necesitamos que se nos enseñe la historia de hombres y mujeres reales.
La apatía y el escepticismo de muchos jóvenes es el resultado de un proceso que no ha sabido rejuvenecer sus organizaciones para responder a sus necesidades y expectativas. Los jóvenes no queremos que nos dejen jugar a hacer la Revolución: queremos hacer revolución. No se trata de un poder en manos de una u otra generación, sino de complementar ese poder para hacerlo más justo, más representativo.
Mi concepto de rebeldía no es el mismo que el de la Generación del Centenario. Mi objetivo no es derribar el poder de una minoría, sino emancipar las mayorías con el poder de las mayorías. Intento, por tanto, ser menos conforme, más crítica y más solidaria. Esos son mis valores contra el individualismo, la apatía y la dominación. En todo caso, no somos tan distintos a los jóvenes de ayer, sino que vivimos diferentes momentos históricos.


Ernesto Pérez: No se debe hablar de «la juventud», porque no creo que los jóvenes de una determinada época, en pleno, se hayan comportado de la misma manera o compartido los mismos valores. Por otra parte, la abnegación, el estoicismo y el sacrificio no son constantes en la vida de ningún ser humano. Los que luchan toda la vida no lo hacen, o no deberían hacerlo, sobre la base de una propensión a la inmolación, sino porque, ante la responsabilidad y el sentido del deber, no queda otro camino.
Con todo, la disciplina es algo que a veces es necesario subvertir. Si no fuera por la indisciplina, no habría revoluciones. El llamado a la disciplina, dentro de las filas revolucionarias, tiene que estar compensado por una indisciplina urgida por las necesidades de cambio. La juventud revolucionaria está llamada a remover todas las estructuras rígidas, y para ello debe crear espacios de polémica e insertarse en el debate de los temas que afectan a la sociedad en su conjunto.


Meysis Carmenati: No creo que exista en los jóvenes de hoy una carencia de valores, sino distintos valores y proyectos en conflicto. Cuando nacimos, ya en Cuba no prevalecía la cultura del debate, ni la efervescencia propias de los primeros años de la Revolución. En todo caso, éramos un poco «rusos», porque nuestra primera infancia fue la de las «vacas gordas»; pero también porque asimilamos estructuras de dirección y pensamiento del «socialismo real», un proyecto de sociedad que, como ya sabemos, no conduce ni al socialismo ni a la forma de vida que los jóvenes —ni los menos jóvenes— revolucionarios desean.
Por supuesto, la juventud actual se diferencia de las generaciones precedentes, lo cual no quiere decir que no posea valores atinentes con la Revolución. Lo importante sería identificar cuál es el concepto que los jóvenes actuales tienen de lo que significa ser revolucionario, y después darle presencia y validez a esa concepción. Hay quienes piensan, por ejemplo, que los jóvenes son inconformes o exigen demasiado, sin tener en cuenta que el revolucionario es aquel que siempre cree que se pueden hacer mejor las cosas. Por otro lado, el escepticismo y la apatía son algunos de los perjuicios presentes en la juventud cubana, aunque no son ellos los únicos que los padecen.
Ser un joven revolucionario es ejercer el criterio, y además sentirlo como un derecho. Es no tener miedo a ser diferente, porque en la diferencia es donde reside la igualdad que no se ha desvirtuado en uniformidad. El verdadero revolucionario es el que defiende sus convicciones, y rechaza las comodidades del oportunismo.
Me gustaría que mi generación tuviera más confianza en lo que puede hacer para cambiar lo que no le agrada, y quisiera que lo hiciera de manera revolucionaria. Precisamente por eso, creo que lo más importante es que sienta que su interpretación del momento histórico es legítima y tenida en cuenta. A los jóvenes hay que demostrarles que sí existe un futuro, y que ellos son parte de él, o sea, que tienen el derecho y el poder de decidir sobre el presente y el futuro de la Revolución.


Nelson Luis Fernández: Si bien no en todos los jóvenes, en una parte importante de la generación hay una tendencia, sobredimensionada, al consumo. Es por eso que la lucha por mantener los principios revolucionarios es más difícil en estos tiempos. Los jóvenes actuales, a diferencia de los de las primeras décadas, vivimos dentro de un sistema de doble moneda, que afecta nuestra vida cotidiana. La mayoría de las tiendas es en divisas y en las que se puede comprar en moneda nacional tienen un precio equiparado al peso convertible, lo que hace más atractivo trabajar solo en aquellos lugares donde es posible adquirir ese recurso monetario. De esa manera, las diferencias económicas, entre los que tienen divisas y los que no, afectan los valores y los principios revolucionarios. Las personas se muestran más egoístas, solo les interesan sus problemas personales y ganar más. Los jóvenes rechazan trabajar en sectores claves como la agricultura, la educación y las fábricas que no tengan este tipo de estímulo.
Entonces las diferencias no son entre los jóvenes de una u otra época, sino las desigualdades económicas entre nosotros, hoy. Para disminuir los efectos de esas diferencias hay que defender los valores éticos de la Revolución, donde es esencial la influencia del núcleo familiar. Hay que trabajar para que la familia encamine a los jóvenes para que sean responsables y útiles a su sociedad.
Es muy importante el amor al trabajo. En mi empresa se producen desde muebles hasta cubiertos, y la mayoría de los trabajadores somos jóvenes que pasamos por un proceso de selección antes de estar en la plantilla. Nuestra actitud ante el trabajo está basada en la disciplina, el respeto hacia los compañeros y, aunque hay excepciones, lo que prima es la eficiencia. Es necesario reconocer la buena atención que tenemos en la empresa, con transporte para todos los trabajadores, equipos técnicos en buen estado y estímulos para los destacados. Para mí, ser un joven revolucionario es cuidar y mantener lo que tenemos, dar un paso al frente en todo momento, y enfrentar lo mal hecho cueste lo que cueste.


Yoaris Borges Alarcón: Cada generación tiene su momento histórico y asume valores consecuentes con el tiempo que le tocó vivir. Aquellos jóvenes que iniciaron la Revolución desarrollaron su lucha ante otros desafíos, por eso tenían una concepción diferente a la que tenemos hoy. Ellos tuvieron que luchar para hacer la Revolución, nosotros ya la tenemos. La hemos heredado y, con ella, el sentido de sus valores. La diferencia está en que nosotros no tenemos que luchar con las armas en la Sierra Maestra; hoy se trata de dar el paso al frente en sectores socialmente importantes para que la Revolución salga adelante y cumpla su cometido. Lo que se nos pide hoy es que seamos maestros, enfermeros, combatientes y profesionales. A todas las generaciones de revolucionarios cubanos nos une ese sentido del deber.
Sin embargo, no todos los jóvenes pensamos ni nos comportamos de la misma manera; sobre todo, porque no todos tenemos la misma formación política e ideológica. Reconozco que, como cadete, mi preparación política puede ser diferente a la de otros jóvenes, y eso hace que mi grado de disposición, del sentido del deber y de comprensión de una determinada realidad pueda ser diferente a la de otras personas, pero creo que la mayoría de los jóvenes cubanos apoya y defiende la Revolución.
Por
otra parte, es cierto que los jóvenes de hoy se sienten muy atraídos por las cosas materiales y asumen estilos de vida consumistas y fútiles. Constituye una necesidad del proyecto revolucionario infundir en ellos la sensibilidad para apreciar el valor del cine, la literatura y el teatro, junto a otras formas de diversión que al mismo tiempo incidan en su desarrollo cultural. No obstante, lo más significativo es que esos mismos jóvenes, que parecen seguir una vida trivial, serían capaces de estar presente cuando se les necesita. Ellos no están al margen, sino que son parte de la Revolución.


Fernando Luis Rojas: Somos diferentes a ellos, como también diferimos entre nosotros. Si algo marca a la Cuba actual es su diversidad. Somos el resultado de nuestras condiciones, como también los fueron nuestros padres de las suyas. Por supuesto, influye la lejanía de ese Primero de enero, de esos años en que la sociedad tenía que estar movilizada porque las agresiones eran menos sutiles que hoy, eso marca el carácter de las personas.
Por supuesto, si bien la apatía ante la participación política, la anomia social y el consumismo no se expresan en nuestro país al nivel de otras naciones, no es menos cierto que en nuestro proyecto de sociedad estos fenómenos adquieren mayor trascendencia. No obstante, hay muchos jóvenes que apostamos por seguir aquí y echar adelante el proyecto revolucionario.
La Revolución es mi espacio de acción y a la vez mi orientación en la acción. Ser un joven revolucionario implica activismo. Nuestro proyecto —el realmente liberador y dignificador— no está orientado por dogmas, sino por principios. Considero que ser revolucionario en la actualidad pasa por identificarse con la conservación del lugar central que ocupa el ser humano en nuestra sociedad, la articulación de los intereses individuales con la colectividad, la posibilidad de actuar con independencia y tener preparación para ello.


Vilma García Quintana: Cuando yo estudié en el Preuniversitario, era la única que vivía alejada del centro de la ciudad, y quizás tenía menos recursos económicos que mis compañeros; sin embargo, nunca sentí rechazo o diferencia en el trato; todo lo contrario, eran mis amigos y la pasábamos muy bien. Quizás aquellas diferencias hoy habrían sido valoradas de forma muy distinta. La valoración del consumo se está haciendo cada vez más fuerte, y los valores defendidos por la generación de mis padres ahora escasean.
Es cierto que nuestro país está bloqueado por los Estados Unidos, pero también hay bloqueo interno, de unos con otros. No nos podemos escudar en que somos un país pobre para hacer o permitir que las cosas se hagan mal. Un joven revolucionario debe amar a la patria y conocer su historia, ser honesto, sencillo y solidario, no en el sentido de dar lo que nos sobra, sino compartir lo que tenemos.


Kirenia Criado Pérez: No fue más difícil la realidad de los 60 y los 70 que la que hoy vivimos. Decir lo contrario sería idealizar un determinado momento histórico. Sin embargo, no podemos negar los problemas en los espacios e instituciones que representan a la juventud cubana actual, ni desconocer cierto cansancio histórico o negar la crisis de valores. Nuestra valoración de la Revolución se nutre de su memoria histórica, pero eso no es suficiente. Es necesario juzgarla en la realidad cotidiana. En ese sentido, se precisa crear —como dicen los zapatistas— «aquel mundo donde quepan otros mundos», es decir, urge que el inmenso sentido de la Revolución esté en la revolución cotidiana de cada cual.
El sentirme revolucionaria pasa por sentirme antimperialista, y esto es así por mi voluntad y la de Dios. Ser revolucionaria, desde mi fe, me obliga a anunciar la buena noticia del Evangelio; a saber los cambios, los caminos y las oportunidades; y a denunciar la mala noticia de los esquematismos, el oportunismo, el egoísmo. Debemos socializar los sueños, y la responsabilidad es de todos.


Inti Santana: El problema se expresa a nivel internacional; en ello influye el desmoronamiento del bloque socialista y el sentimiento de fracaso de las utopías que sobrevino. Por otro lado, el capitalismo hoy es más sofisticado, el mundo de las vitrinas alcanza un indiscutido dominio. Es difícil para un joven, incluso en Cuba, escapar a los modelos consumistas y tener la convicción de que vale la pena luchar por un ideal. El joven cubano de los 60 sentía en los cambios de su sociedad un cúmulo de argumentos para sentir un «fervor revolucionario», frase que hoy suena a cliché, porque la propaganda política es torpe, despegada de la realidad, saturante y sin swing.
Me siento parte de un grupo de jóvenes que ve la necesidad de pensar y sentir la Revolución cubana desde una actitud que cuestiona los esquemas y las frases hechas. Sentimos que el cambio debe nacer de un debate entre todos los sectores sociales y en función de una sociedad donde se revalore el sentido del trabajo; pero no solo porque se distribuye con justicia, sino porque los trabajadores deciden sobre la producción y distribución de los recursos, para lo cual necesitan estar bien informados.


Hiram Hernández Castro: ¿Qué se necesita para incentivar una participación más activa y creadora de los jóvenes en el proyecto socialista cubano?


Diosnara Ortega: El proceso revolucionario tiene que revisar sus prácticas participativas, y dentro de ellas el papel de los jóvenes. Aunque tal vez no sean ellos los que menos activa y creadoramente participen. No creo en ese estereotipo, pero sería interesante estudiar cómo, por qué y quiénes lo reproducen.
Lo más importante no es haber nacido en los años 40 o en la década de los 70, aunque ello tiene un peso en las vivencias que distinguen las actitudes de una y otra generación. Se trata, sobre todo, de la cultura política que se produce todos los días en las relaciones sociales que constituimos. Cómo llegamos hasta ellas es importante, y evidencia diferentes experiencias, pero qué hacemos con esas relaciones, qué hacemos en cada uno de nuestros espacios, también expresa los conflictos que desmontan los mitos que insisten en presentar a los jóvenes como los menos comprometidos.


Ernesto Pérez: Se precisa que los jóvenes visibilicen y ejecuten sus propias decisiones, y que se sientan realmente actores del socialismo. Los jóvenes necesitan de la savia que ha nutrido históricamente el proceso, pero sin superioridades, con respeto a sus formas de sentir, actuar y pensar. Es imprescindible que el proyecto nos sea atractivo.


Meysis Carmenati: Una juventud participativa es aquella que solo porque sea capaz de apropiarse, intervenir y dialogar con su presente podrá ser responsable del futuro. Para crear estas condiciones urge: Primero, dar mayor claridad al proyecto que se desea construir. ¿Cuántos jóvenes realmente conocen a profundidad lo que significa el concepto «socialismo»? El proyecto socialista cubano no puede ser algo ambiguo o coyuntural. Segundo, la participación tiene que ser asumida como auténtica presencia en las decisiones. Tercero, el espíritu crítico no debe ser visto como algo negativo, sino apreciado como un valor esencial de la transición socialista.


Nelson Luis Fernández: Considero tarea prioritaria lograr una mejor comunicación con la generación que ha tenido que enfrentar, desde muy temprano en su vida, las carencias y los cambios económicos del Período especial, hasta el punto de vivir casi en dos sistemas diferentes: el socialismo y el capitalismo.
Los jóvenes somos la fuerza fundamental para el desarrollo del país. Es preciso, por tanto, darnos la oportunidad de discutir las medidas que se tomen y escuchar nuestras propuestas. No es posible regirse solo por la opinión de los dirigentes, es imprescindible preguntar a los jóvenes que estamos dentro de la producción. Es necesario crear mayores y diversas oportunidades de diversión para los jóvenes, que no sean tan caras como las que existen ahora. Se debe pensar en aquellos que no tenemos un alto nivel adquisitivo. Reconocer que no todos recibimos remesas, pero todos queremos disfrutar al máximo esta etapa de la vida.


Yoaris Borges Alarcón: Los jóvenes, en estos momentos, tienen un papel protagónico, y su participación significa un puntal de la Revolución. Esa participación y el sentirse reflejados en las medidas que se adoptan son un estímulo para seguir apoyando creadoramente el proceso revolucionario. Por supuesto, para que su fuerza incida en la realidad política, los jóvenes deben expresar sus criterios sin miedos y con argumentos sólidos. Es fundamental que alcancemos ideas claras sobre lo que queremos hacer y seamos capaces de defenderlas ante los organismos e instituciones correspondientes, para que sean tenidas en cuenta por la dirección del país. Eso es, precisamente, lo que se espera y se quiere de nosotros.
Cuando en nuestro centro se analizó el discurso de Raúl Castro del 26 de julio de 2007, los cadetes planteamos abiertamente los problemas que tenemos e hicimos críticas a personas que no cumplen con su deber social. Ese espacio de debate es una oportunidad para que expresemos nuestras preocupaciones, valoraciones y demandas. Constituye un termómetro para medir el sentir de la juventud y una guía para nuestra dirección política.


Fernando Luis Rojas: Participar con mayor protagonismo en la identificación de nuestros problemas y en la propuesta de soluciones, y que estas últimas —dentro de lo racional y responsable— tengan un carácter vinculante. Se necesita fortalecer la autoridad de nuestras organizaciones e instituciones. A través de ellas, podremos enfrentar los retos, pero resulta estratégico evaluarlas contando con el criterio de los miembros y no, como lo hacemos generalmente, solo con los dirigentes. Es necesario situar en los criterios valorativos de las máximas instancias, las palabras y la visión de la gente. Los representantes de la juventud deben ser y pensar como jóvenes.
La Revolución debe estar cada vez más cerca de la cotidianidad, no solo en los actos heroicos. Debe estar en nosotros.


Vilma García Quintana: De los campesinos asociados, muy pocos son jóvenes, pero se está haciendo un trabajo con las brigadas juveniles campesinas para estimular su participación, incluso para que ocupen cargos de dirección. Sin embargo, hay que trabajar para que los que están vinculados al trabajo agrícola, con edad escolar, se superen. En ocasiones, los jóvenes campesinos priorizan el sustento económico y no estudian. Se está planteando la necesidad de que los que se incorporen a las brigadas campesinas puedan convertirse en obreros calificados, técnicos medios e incluso universitarios. Esto sería muy importante, porque el conocimiento de la historia de Cuba es el punto débil de nuestra generación. En este sentido, se debe trabajar más en la radio y la televisión, con programas que capten nuestra atención.
También hay que incrementar las actividades recreativas. Hemos comenzado a festejar los cumpleaños colectivos y a los destacados se les otorgan reservaciones en restaurantes, pero la apatía sigue siendo nuestro mayor obstáculo.


Kirenia Criado Pérez: Recordemos que David no podía enfrentar a Goliat con las pesadas armaduras que le entregó Saúl, sino que usó sus propias armas. Quien olvida la historia, está condenado a repetirla, pero también quien la repite no hace su historia propia.
Antes de preguntar qué se necesita para estimular la participación, habría que evaluar los métodos y estilos de trabajo al uso en los espacios que existen para participar. Muchas veces se entiende por participación el mero cumplimiento de tareas y la presencia en actividades que no tienen en cuenta los intereses de los jóvenes. Para generar una participación sustantiva, es necesario que exista la posibilidad de intervenir no solo como beneficiarios, sino como protagonistas en la toma de decisiones. Debemos preguntarnos si estamos abiertos al cambio para nuevas formas de participación social.


Inti Santana: ¿Cuántos jóvenes repiten los nombres de Marx, Engles y Lenin sin tener una actitud de búsqueda y duda ante las nociones que se les han inculcado? ¿Acaso se promueven esas actitudes en los jóvenes? ¿En qué medida se premia la pasividad obediente que acata las orientaciones de arriba?
Cuando se habla del paternalismo, se insiste en que las personas acostumbradas a que todo se les entregue no saben «el trabajo que cuesta conseguirlas». Esa es una arista, pero el paternalismo también es la negación de la información y la participación. Es cierto que, por la seguridad del país, hay informaciones estratégicas; no podemos ignorar que el imperialismo, el bloqueo y las campañas mediáticas para desacreditar el proceso revolucionario son hechos concretos; pero la mayoría de las cosas sí pueden ser conocidas y deben discutirse.
El Congreso de la UNEAC fue un ejemplo de democracia, restaría constatar el cumplimiento de los acuerdos; pero el debate allí fue abierto y hubo una repercusión inédita en los medios de prensa. Asumo que eso nos hace bien y que debería ser más frecuente. La cultura del debate debería ser cotidiana y en todos los niveles. Los estudiantes deben formarse en esa cultura. Ser un joven revolucionario no es ser obediente y repetir frases hechas. Ese comportamiento es incapaz de aportar desarrollo a la política de este país.


Hiram Hernández Castro: El 17 de noviembre de 2005, Fidel Castro escogió como sus interlocutores directos a jóvenes involucrados en los programas de la Revolución para pronunciar un discurso que ha sido valorado como trascendental; sobre todo, al considerar el carácter reversible del proceso revolucionario debido a errores propios. ¿En qué sentido los jóvenes cubanos saben, pueden y desean proyectar la Revolución cubana hacia el futuro?


Diosnara Ortega González: Prefiero distinguir el deseo, del poder y del saber. Como dije antes, los jóvenes revolucionarios cubanos, hombres y mujeres, queremos no jugar a hacer revolución, sino hacer revolución, desde nuestras diferencias, que son muchas, como las de todo grupo social. Ansiamos superar las contradicciones y sustituir los desafíos por nuevos y más altos retos. Deseamos poder desde nuestro saber: osado, abrupto y variable.
Los jóvenes sabemos qué se nos va en el intento de hacer revolución dentro de la Revolución; sabemos, a veces demasiado, que son muchos los errores humanos de la Revolución y que es largo y no preciso su camino. Sin embargo, quizás por ser impetuosos y utópicos, nos lo jugamos todo en el proceso, porque nuestra vida solo cobra sentido en esa constante transformación rebelde a la que siempre apostamos.


Ernesto Pérez: El futuro de la Revolución cubana estará garantizado en la medida en que esta sea un espacio abierto a las inquietudes de la juventud. Si dejara a un lado a los jóvenes, estaría traicionando una parte esencial que la ha sostenido. En ese momento se dejaría de hablar en términos de Revolución en el poder, para comenzar a decir la contrarrevolución en el poder. Entonces, habría que hacer otra revolución donde, una vez más, la juventud estaría presente.


Meysis Carmenati: El peligro es más político que militar. Para destruirnos, los Estados Unidos tendrían que exterminar a centenares de miles, o millones de personas, y justificar uno de los actos más inaceptables de la historia. No obstante, como existen administraciones como la de George W. Bush, es preciso no descuidar nuestras defensas. Mas el riesgo que enfrenta la Revolución es, precisamente, no saber ser más revolucionaria; es decir, más socialista, menos burocrática, más participativa. Y esto significa más saber, control y poder de la sociedad sobre las decisiones que la afectan.
Los
jóvenes están, primero que todo, en la disyuntiva de poder proyectar la Revolución hacia el futuro. Lo más difícil de una revolución es que hay que hacerla todos los días, en los barrios, en las aulas, en los medios de comunicación —donde aún predominan tendencias que vulgarizan la realidad en inverosímiles representaciones. La carencia de una cultura del debate y el oportunismo, perjudican ese proceso.
Hacer la revolución hoy es derribar los esquematismos y los absurdos reaccionarios que con frecuencia nos rodean; esto significa enfrentar a un enemigo más difícil de reconocer que cualquier otro. La idea es del propio Fidel: «Cambiar todo lo que debe ser cambiado». La intención no puede ser continuar un proceso ya determinado por la historia. Tiene que rehacer, desde y para la sociedad, un proyecto revolucionario dialéctico; es decir, que pueda asumir la realidad actual para poder superarla.


Nelson Luis Fernández: La Revolución, desde su triunfo, se encargó de preparar a las nuevas generaciones para el futuro. El fortalecimiento de las universidades, con la municipalización, nos provee de nuevas oportunidades para nuestra superación, incluso los que somos obreros tenemos una preparación muy superior a los de cualquier otro país subdesarrollado.
En los jóvenes, esta Revolución tiene una excelente materia prima para llevar adelante el proceso, solo tenemos que, cada uno de nosotros, poner nuestro granito de arena y entre todos, comenzando por la familia, los vecinos hasta llegar a los dirigentes, mantener relaciones de respeto mutuo, seriedad ante el trabajo y tener confianza en el futuro.


Yoaris Borges Alarcón: Con una idea similar, el Apóstol, analizando el Pacto del Zanjón, dijo: «nuestra espada no nos la quitó nadie de la mano, sino que la dejamos caer nosotros mismos». Eso es también lo que intenta evitar Fidel alertándonos de los peligros de no tener conciencia de los errores y descuidos que cometemos. Los jóvenes desean llevar la Revolución cubana al futuro, pero para esto tenemos que fortalecer nuestra cultura política. No basta con conocer, por la Historia o por nuestros abuelos, el terrible pasado antes de 1959 y desear mantener los logros de la Revolución, sino que tenemos que estar unidos y sobreponernos a nuestras dificultades.


Fernando Luis Rojas: En aquella ocasión del discurso de Fidel, no solo estaban en el Aula Magna los jóvenes de los llamados programas de la Revolución —nombre que no debe desconocer que esta ha generado, desde su triunfo, programas para transformar la sociedad—; estaba también el Consejo Nacional de la FEU, que se reunía por esos días. Tener al estudiante universitario como interlocutor para ese discurso no me parece casual y, si lo fuera, súmele a la casualidad el acierto de Fidel.
El estudiante universitario articula una doble condición esencial para proyectar la Revolución cubana: por una parte, accede a una preparación y acumulación cultural que le permite enfrentar los actuales retos y poder comprenderlos en su complejidad. Por la otra, su condición de joven, aunque no es revolucionaria por decreto, condiciona su capacidad para impulsar los procesos, quizás porque mira los problemas desde la inmediatez o porque está más atento al futuro.
En el saber está nuestro mayor desafío. Los jóvenes cubanos no estamos curtidos en la participación y en el ejercicio del poder. Tampoco tenemos claridad de lo que queremos y las formas de conseguirlo. Nos falta la evidencia de lo que sería Cuba si se entronizara el capitalismo neoliberal. No obstante, nuestros problemas son superables. No en la perspectiva paternalista de esperar nuestro turno, mientras otros —por evitarnos los errores— hacen el trabajo. Ya estamos en tiempos de equivocarnos mientras construimos; de eso depende el poder proyectar la Revolución al futuro.
La mayoría de los jóvenes cubanos deseamos una Cuba revolucionaria, aunque no necesariamente todos lo entiendan claramente. Unos aspiran a mejorar económicamente, otros a graduarse, y la mayoría —aunque a veces suena vacío el discurso de las gratuidades— armaría otro Baraguá si se intentara privatizar la salud, la educación, eliminar la asistencia social y expropiar nuestras casas.


Vilma García Quintana: Me parece que Fidel se refiere a la corrupción de los valores morales. El problema es que muchos jóvenes están deslumbrados por las cosas materiales, sin percatarse de que eso no es lo más importante. En el medio donde yo me desenvuelvo, hay desinterés por todo lo que no sea la pacotilla. Recientemente se han tomado medidas para estimular la producción, por ejemplo, de leche, con el pago de un porciento en divisas, lo que les permite a los campesinos comprar en tiendas que ofertan recursos importantes para su vida y trabajo. Aunque esto no cubre todas las necesidades, sí constituye un estímulo importante. La idea es relacionar el consumo con el trabajo y la utilidad social.
No podemos olvidar que el trabajo en la agricultura es muy duro y esto obliga a que todos, independientemente de su nivel intelectual, demos nuestro máximo esfuerzo y sacrificio para llevar adelante un sector que es muy importante para el desarrollo de nuestro país. Los jóvenes deben apoyarse mutuamente y, al mismo tiempo, aprender de aquellos que tienen experiencia. El estudio es fundamental, pero no todo el saber está en el estudio, y la juventud que la Revolución ha preparado tanto, debe tener la humildad para comprender eso.


Kirenia Criado Pérez: No es posible hablar de la Revolución cubana sin referirse a su proyecto socialista, donde falta un debate sobre qué socialismo queremos; es decir, hacia dónde queremos llevar nuestra Revolución, qué queremos mantener, qué es necesario dejar atrás y qué nos falta por hacer.
La Revolución cubana debe ser un proyecto de cada cual y un logro de todos. Se debe conjugar su historia con nuestra realización personal. La esperanza es de los que caminan, y la necesidad de salvarse pasa por un proyecto social.
El milagro de los panes y los peces no fue magia, sino el acto de compartir y el contagio de toda la gente que se sensibilizó frente a ello. Jesús predicó la transformación de este mundo en la venida del Reino de Dios y esto solo sería posible desde el compromiso de cada cual con las causas de ese reino. Frente al imperio romano, hablar de otro reino era utópico y muy osado. Frente a este mundo que el capitalismo neoliberal globaliza, es necesario un proyecto social revolucionario, desearlo es el primer paso para poder lograrlo.


Inti Santana: Sería iluso pensar que mi deseo es el de todos los jóvenes cubanos. También veo escepticismo, evasión, consumismo y demasiado sentido de adaptación. En general, los cubanos desean mejorar económicamente, recuperar el valor del trabajo y disfrutar de ciertas libertades; las diferencias están en la forma de lograrlo.
La organización social no debe ser dirigida de arriba hacia abajo como una acción exclusiva del Estado o el Partido. Me gustaría que los jóvenes dieran más importancia a su participación en el centro de trabajo y en su comunidad. Quisiera un país menos centralizado, donde el poder no se ejerza de forma tan vertical. Puedo entender que en un momento determinado esa organización fue necesaria para la defensa nacional, pero ahora frena el desarrollo social e individual.
Como trovador, por ejemplo, aspiro a que mi ciudad tenga un espacio —un café o algo similar— donde la trova pueda ser escuchada. Para que esto funcione hace falta que los trabajadores sientan como propio ese proyecto, es decir, donde puedan participar en las decisiones sobre cómo producir y cómo emplear las ganancias. El Estado podría cobrar un impuesto y velar por que el propósito socio-cultural no se tergiverse. Sería una forma, no capitalista, de escapar de la burocracia que aletarga cada movimiento, y de la corrupción de quien está inconforme con su salario. Justamente en un artículo de la revista Temas leí que en Venezuela existen cooperativas donde los trabajadores deciden, por medio del voto, la manera en que van a producir y cómo repartir las ganancias. Así, se incentiva la participación, se democratiza la dirección y se produce bienestar espiritual. Lo que sí no podemos es cerrar los ojos y seguir haciendo lo mismo o acudir a la privatización como remedio santo.

Publicado en la Revista Temas

Hiram Hernández Castro

La Habana, 1974

Narrador. Profesor de Teoría sociopolítica de la Universidad de la Habana. Jefe de redacción de la Editorial de Ciencias Sociales y miembro del consejo editorial de Ruth Revista Internacional de Pensamiento Crítico, en la misma coordina la sección Estilete (espacio de narrativa y poesía). Egresado del VIII curso de Técnicas narrativas del Centro de formación literaria Onelio Jorge Cardoso. Como ensayista científico-social tiene publicado un libro personal Poder saber: Hacia una ciencia política de la liberación (Editorial Ciencias Sociales 2006), Premio Pinos Nuevos, 2005.